martes, 29 de enero de 2008

España sin rumbo fijo, navega al garete.

“Quien siembra vientos recoge tempestades” o, si lo prefieren, “Cría cuervos y te sacarán los ojos”, porque ambos refranes le vienen como anillo al dedo a este Gobierno que nos desgobierna y que, a las postrimerías de su mandato, se encuentra con dos enormes obstáculos en su camino hacia una posible reedición del triunfo que obtuvieron en el mes de marzo del 2004. Por una parte, llevan el lastre que les ha producido una política terrorista sin consenso con la Oposición y sólo apoyada por los partidos minoritarios, la mayoría de ellos de aspiraciones separatistas; que siempre han venido esperando sacar tajada del problema vasco. Por otra, la inesperada y contundente peripecia en la que está envuelta la economía como consecuencia del efecto arrastre de la crisis desatada en los EE.UU con motivo del desplome del mercado inmobiliario.
Es evidente que el señor Rodríguez Zapatero nunca pensó que, su bien urdida estrategia de segarle la hierba bajo los pies al PP; que su plan de conseguir un acuerdo con los etarras a espaldas de la oposición y del mismo pueblo español y, su táctica de conseguir aislar a los populares para, con el efecto explosivo que, sobre la ciudadanía, hubiera supuesto el hecho de ser el primer gobierno capaz de acabar con el problema del terrorismo en España; se iba a caer por su propio peso dando al traste con sus esperanzas de conseguir que sus electores volvieran a depositar su confianza en él en las elecciones de marzo del 2008. Él sabe, positivamente, que en una sola legislatura no tiene tiempo para darle el vuelco a la nación y conseguir llevar a buen término su política de convertir a España en una república federal (nada de Monarquía, por supuesto) al estilo alemán, pero rigiéndose por los métodos, argucias y engaños que ha aprendido del señor Fidel Castro y de su gran amigo de Venezuela, el señor Hugo Chávez. Afortunadamente, para quienes no creen en el comunismo, pretendidamente igualitario, para los que saben a donde conduce un estado totalitario y para quienes aman las libertades; parece que los mismos etarras se han encargado de dejarle con las posaderas al descubierto, al romper la famosa tregua ( de la que tanto beneficio han obtenido, no sólo desde el punto de vista político, sino también en posibilidades de rearme y reestructuración); si bien, con anterioridad, ya se le había desmontado el invento, cuando se hizo pública la negociación con ETA que, con tanto secretismo, mantenían.
Sin embargo, lo que más les ha pillado de sorpresa ha sido que, cuando ya saboreaban las mieles de una clara victoria sobre el PP, se haya producido algo en lo que no pensaban ni remotamente. Es evidente que lo sucedido al otro lado del Atlántico no es responsabilidad del Ejecutivo español; pero sí hay un punto que, un buen equipo económico, debió de vigilar con más atención si, en lugar de dedicarse a trapicheos con las opas privadas o en buscarse financiación para el partido, se hubieran aplicado a observr las tendencias de nuestra economía y hubieran ejercido más control sobre la evidente burbuja inmobiliaria que, cada vez con más evidencia, demostraba el grado de especulación que, bajo la apariencia de prosperidad, se encerraba en el “boom” de la construcción. Un gobierno tiene la obligación de permitir la libre actividad económica y, al propio tiempo, tiene por misión controlar el que, aquellas actividades que puedan afectar de forma mayoritaria a la población, como el tema de la energía, la defensa, el orden público, el agua, etc., queden perfectamente garantizadas. El nuestro parece que no lo ha entendido así al permitir que tanto Endesa como Iberdrola hayan pasado a ser controladas por países extranjeros, de los que dependeremos; y si, a ello, añadimos que, en cuanto al gas natural, somos enteramente subsidiarios de Argelia, ya me dirán ustedes lo qué ocurriría si algún día estas naciones decidieran cortarnos el suministro. Pero es que tampoco, el intervencionismo del gobierno de ZP, ha sido capaz de tomar precauciones para que, España y su crecimiento, no estuvieran solamente representados por sectores como la construcción y el turismo. No ha fomentado la diversificación.
Las consecuencias las estamos percibiendo ahora, cuando estamos recibiendo avisos de crisis y nuestro motor principal, la construcción, ha dejado de serlo para convertirse en nuestra principal preocupación. Un aumento sensible del desempleo; un evidente exceso de viviendas ofertadas y que, no obstante, no encuentran comprador; una restricción de créditos a constructores y una disminución de las hipotecas solicitadas; un encarecimientos de los artículos básicos y una más que notable contracción de las compras de productos superfluos (coches, motos de gran cilindrada, muebles, etc). Todo ello, a la larga, sabemos que va a tener repercusión en el sector de servicios y en el propio turismo; en especial si la crisis, como está ocurriendo, afectara a los países de los que, tradicionalmente, nos nutrimos para llenar nuestros hoteles y demás sectores que dependen de él. La gasolina está por las nubes y, como el IVA que recae sobre ella y los demás productos energéticos, se mantiene por Hacienda en los mismos porcentajes; el encarecimiento hace que repercuta en el gremio de transportistas y, de refilón, sobre los consumidores que son, en definitiva, a quienes les toca pagar los platos rotos de una falta de previsión de aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza para que nos defiendan, precisamente, en estas situaciones de desequilibrio económico.
Lo penoso de esta situación es que no vemos, en el Ejecutivo que nos gobierna, signos que nos permitan albergar esperanzas de que se estén tomando las medidas pertinentes para, dentro de lo posible, intentar disminuir los efectos de esta situación a la que nos enfrentamos. Hasta ahora sólo se han dedicado a negar la mayor, a sostener que España tiene la vacuna contra la recesión y que todo lo que nos sucede solo se debe al alarmismo de unos y a la política derrotista de otros. Ningún mea culpa; ninguna medida de austeridad por parte del Gobierno que signifique ahorro; al contrario, sus promesas electorales están basadas en el aumento del gasto público y en el despilfarro, traducido en las ayudas indiscriminadas a determinados colectivos improductivos, pero de los que piensan sacar un puñado de votos. Nada, en definitiva, para ayudar a que las empresas aumenten su competitividad, rebajen costos y puedan flexibilizar sus plantillas antes de que sea tarde y se vean precisadas, como por desgracia está ocurriendo, a soluciones traumáticas que, en la mayoría de casos, acaban en cierres y despidos masivos. Nada de una política de recorte de impuestos e impulso a la empresa privada. Todo lo contrario, signos inequívocos de mayor intervencionismo estatal. Nuestro espejo, en el que podremos vernos reflejados será, sin duda, los regímenes dictatoriales de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Nicaragua, todos ellos fiel imagen del cubano de Fidel Castro. Cada vez más lejos de Europa, como si nuestra península se hubiera desgajado de ella y navegara perdida en el océano con rumbo al Cono Sur. Sin capitán y sin oficiales, vamos al garete en manos de un PSOE incapaz de fijar el rumbo. Dostoiewski decía: “la desgracia quiere un corazón fuerte” y yo digo:¡ Ay de aquel que no lo tenga!

Miguel Massanet Bosch

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